El territorio de lo posible

El territorio de lo posible

Amanecer desde Calaveras (cerca de Llano Grande), a 3,300 msnm, uno de los puntos más altos de la Sierra Norte de Oaxaca. Foto: Étienne von Bertrab

El territorio de lo posible

 

Pueblos Mancomunados

 

 

Producción: Étienne von Bertrab

Mayo 5, 2019

 

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Lectura de 19 minutos 

 

 CONSERVACIÓN

OAXACA

Imaginemos un lugar sin partidos políticos, donde las autoridades no lleguen a serlo por una ambición personal; donde la vida y la economía giren en torno al bien común y donde se viva sin violencia y en armonía con la naturaleza. Ese lugar existe y está en México. Conocerlo te puede cambiar la vida, o al menos expandirá tu noción de lo que es posible. Se trata de Pueblos Mancomunados, una singular unión de comunidades zapotecas con cuatrocientos años de historia y que hace veintitantos años decidió abrir, a personas sensibles y amantes de la naturaleza, una ventana a su mundo, su cosmovisión, su cultura, estrechamente vinculadas a su hermoso territorio en la Sierra Norte de Oaxaca.

Defensa de un gran legado

 

Se cuenta que los primeros habitantes de la región provenían de los valles centrales y llegaron a la sierra huyendo de los aztecas. La amenaza que estos representaban, entre otros desafíos, los hizo desplazarse a tierras cada vez más altas, hasta llegar al paraje que llamarían Yagaa-Tzi, hoy San Miguel Amatlán. Pero no sería la única huida. Las acciones de aquellos clérigos españoles que les trajo la conquista propiciaron que algunos habitantes buscaran refugio en las zonas montañosas, donde fundaron otros asentamientos. Posteriormente, lo que en el siglo XVII fue una alianza para proteger sus territorios, cosechas y ganado de amenazas circundantes, se convirtió en un convenio, firmado hasta 1891, que reconocía la mancomunidad y el derecho al territorio que habrían de seguir disfrutando las comunidades ‘como si fuesen una sola’. Esta propiedad comunal fue reconocida por el Estado mexicano en 1961 mediante una Resolución Presidencial.

 

En mi visita en marzo de 2018 conocí a Alfredo López Luis, quien además del cargo en turno funge como cronista de San Miguel Amatlán. Como si estos remotos acontecimientos hubieran sucedido apenas ayer, me transmitió el profundo agradecimiento que siente hacia los ancestros, por esa visión de dejarles un territorio que tiene todo lo que desean para vivir y que les pertenece a todos. “Aquí todo es de todos, y nada es de nadie”, apuntala con una sonrisa. Efectivamente, en este territorio de cerca de 25 mil hectáreas no existe la propiedad privada y en el uso de la tierra nadie puede pasar por encima del interés comunal, cuidado por la asamblea general que es la máxima autoridad en los Pueblos Mancomunados.

El territorio de lo posible

La Sierra Norte tiene una amplísima diversidad de magueyes. Sus pencas son a la planta lo que las comunidades al mancomún. Foto: Expediciones Sierra Norte

Pero al ser una región tan rica en recursos naturales el asedio nunca cesó. Así como los españoles extrajeron su oro, literalmente a cambio de cuentas de vidrio, como escribió Gabino Palomares en La Maldición de Malinche, lo hicieron el siglo pasado compañías mineras canadienses y estadounidenses. A estas últimas las expulsaron hace alrededor de veinte años por los problemas de contaminación que generaron y de los cuales no se hicieron cargo. Algo parecido ocurrió a lo largo de la Sierra Norte con las concesiones forestales que durante decenios otorgó el Estado mexicano a compañías privadas. Se dice que la relación con tales empresas siempre fue difícil, y que los niveles de exclusión alcanzados generaron el proceso de organización de las comunidades agrarias que llevó a la derogación de las concesiones en los ochenta. Lo que siguió en la Sierra Norte fue la creación de un modelo de desarrollo, apoyado por el gobierno, a través de la constitución de empresas forestales comunitarias. Sin embargo, dada la historia y capacidad organizativa de los Pueblos Mancomunados, estos llegarían más lejos.

 

 

La apuesta por el turismo

 

Conformados por ocho comunidades (Amatlán, Latuvi, La Nevería, Benito Juárez, Cuajimoloyas, Llano Grande, Lachatao y Yavesía), y con una población de alrededor de dos mil 500 habitantes, Pueblos Mancomunados logró desarrollar una economía basada en empresas comunitarias. La primera se creó para el aprovechamiento forestal y está ahora certificada internacionalmente por sus prácticas sustentables de aprovechamiento. La comunidad tiene, además, su propia fábrica de muebles en la ciudad de Oaxaca. Se encuentra también Indapura, envasadora de agua de manantiales de los mancomunados que opera en la ciudad y asentamientos conurbados. Ofrece agua de manantial, de excelente calidad, con los beneficios de generación de empleos para sus propias comunidades y el reparto comunal de utilidades. La apuesta más reciente es el turismo comunitario.

 

El camino trazado por Pueblos Mancomunados rompería con el esquema tradicional de la industria turística en el país y superaría la visión del gobierno estatal, ocupado desde los noventa en hacer cosas para extender la estadía de los turistas en la ciudad capital y alrededores. Conversé telefónicamente con quien pudiera ser la mejor persona para contar cómo fue el proceso que llevó a la creación de un proyecto de ecoturismo que es reconocido internacionalmente. Se trata de Pablo Ruiz Lavalle, quien tuvo la fortuna de ganarse la confianza de las comunidades, lo cual le permitió ayudarles a concebir el proyecto y a hacerlo posible.

 

Lo que inició como una acotada consultoría para el gobierno estatal, en 1995, para realizar un inventario de atractivos turísticos alrededor de Benito Juárez (primera comunidad con cabañas para turistas), terminó en un compromiso para acompañar a los Pueblos Mancomunados en la creación de su propio modelo. Como parte de la misión inicial, Pablo, amante de la naturaleza y buen caminador, recorrió la Sierra Norte a pie durante diez días guiado por miembros de las comunidades. Durante el recorrido no solo constató la riqueza del territorio y su excelente estado de conservación. También supo ‘leer’ lo que ocurría en las mentes individuales y colectivas en los mancomunados frente a eso que se consideraba una oportunidad de generación de empleos, sobre todo para los jóvenes, y a la vez un riesgo de pérdida de su riqueza natural y cultural. Pablo pudo perfectamente apreciar este riesgo y a su regreso a la ciudad recomendó a las autoridades estatales no intervenir: “No le diría a nadie que esto existe”.

El territorio de los posible

La diversidad biológica de la Sierra Norte es reconocida internacionalmente. Esta incluye los bosques de pino y encino más ricos y diversos del planeta. Por ellos corre siempre el agua limpia. Foto: Expediciones Sierra Norte

Pablo sabía, sin embargo, que las necesidades económicas en las comunidades eran reales. Al mismo tiempo quería explorar de qué forma el turismo podía ser una herramienta de conservación. Su intuición era que, mediante el desarrollo de habilidades y el conocimiento de la población local, podrían ellos mejorar la gestión de su territorio y de sus recursos naturales en el largo plazo. A partir de esta primera experiencia y de diálogos con la comunidad de Benito Juárez, Pablo descubrió dos cosas importantes: la primera, que la comunidad no tenía una visión muy clara del tipo de turismo que perseguía, estando muy presente en el imaginario el turismo convencional, necesitado de gran infraestructura y paseos motorizados. La segunda, que dada la forma de organización del mancomún tenían todas las capacidades organizativas para emprender su propio proyecto. Esto, además de una red de senderos hechos a través de los siglos para ir de una comunidad a otra, así como a campos de cultivo. Pablo aceptó la invitación que le harían los mancomunados y dedicaría los siguientes seis años al mapeo del territorio y al codiseño de la empresa comunitaria. Una pieza fundamental era el entrenamiento de guías locales, quienes se encargarían de interpretar la riqueza cultural y biológica de su territorio, y de hacer escuela para que las comunidades estuviesen en mejor posición de conservarlo.

 

Fue así que se formó Expediciones Sierra Norte, la primera oficina de turismo comunitario en el país. El proyecto rompería más de un paradigma ya que hasta entonces autoridades y empresas de turismo buscaban, si acaso, que comunidades indígenas, quienes custodian las áreas naturales más conservadas en el país, cobraran una cuota de ingreso, dejando todo lo demás a las operadoras turísticas convencionales. El proyecto vino a demostrar que las comunidades indígenas son capaces de operar, manejar, administrar y promover su propio proyecto de ecoturismo.

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El mancomún cuenta con una red de más de 100 kilómetros de senderos y rutas para bicicleta de montaña. Foto: Expediciones Sierra Norte

En la comunidad de Llano Grande, la más alta del mancomún y la menos poblada con apenas unos noventa habitantes, conocí a don Adelfo Luis Martínez. Él ha coordinado durante 19 años el Centro Ecoturístico de la comunidad. Recuerda bien lo que era vivir sin una economía. Dedicados por mucho tiempo a la agricultura de subsistencia, si bien tenían una alimentación básica, agua y aire limpios, enfrentaban muchas carencias. Me contó que muchas personas no conocían los zapatos y que a falta de caminos y transporte adecuado hacían días en llegar a la ciudad. “Me tocó todavía sufrir mucho, pero a nuestros hijos ya no”, dijo mientras una ligera mueca develaba una sensación de orgullo o de paz. Su hijo William, quien al día siguiente me llevó a ver el amanecer más extraordinario que haya visto jamás, a sus 30 años nunca ha tenido que salir de la comunidad. Las familias en Llano Grande siguen cultivando la tierra, sobre todo maíz y papas, y cuidan animales, pero ahora cuentan con el ecoturismo como actividad complementaria. William es guía, sabe mucho de la historia de los mancomunados y posee un profundo conocimiento sobre su entorno. En esas horas que compartimos me habló de sueños y retos, siempre en plural pues aquí estos son colectivos.

 

Angelina Martínez Pérez, originaria de Cuajimoloyas, logró estudiar, gracias al apoyo de su familia, una licenciatura en administración de empresas turísticas, lo que eventualmente resultó en un retorno para la comunidad. Luego de trabajar para la industria forestal de Mancomunados y en un momento en que se buscaba profesionalizar la operadora, entró a formar parte de ella, lo que le llevó a asentarse en la ciudad de Oaxaca. Desde 2011 coordina Expediciones Sierra Norte, junto con otras cuatro mujeres también de los mancomunados. De un compromiso y claridad admirables, así como un excelente trato con todas las personas, Angelina parece hacerla de puente entre los distintos mundos que convergen en el proyecto.

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Angelina se ve a sí misma como parte de una segunda generación, una a la que le tocó innovar, fortalecer procesos y posicionar el destino de los mancomunados en nuevos mercados. Foto: Étienne von Bertrab

Le ha tocado representar a los Pueblos Mancomunados en distintos premios internacionales. El 2016 fue un año notable pues recibieron dos reconocimientos: el premio To Do! sobre turismo socialmente responsable que otorga el Instituto para el Turismo y el Desarrollo de Alemania, y el premio Turismo del Mañana que otorga la organización World Travel and Tourism Council, en la categoría de comunidad. Angelina me compartió una anécdota que dice mucho de cómo es que hasta ahora el reconocimiento les viene más de fuera que desde nuestro propio país. En la recepción de este último premio, en la ciudad de Dallas, estuvo presente el entonces secretario de Turismo del gobierno federal. El reconocimiento lo tomó por sorpresa, pues no sabía de la nominación de una iniciativa mexicana.

 

 

Lo que está detrás

 

La preservación del territorio en los Pueblos Mancomunados está íntimamente ligada a su forma de organización, a la vez sustento de la vida comunitaria que mantienen durante siglos. Sus municipios se rigen, como la mayoría en el estado de Oaxaca, por usos y costumbres. Es un sistema que a mi parecer es pobremente comprendido, y por tanto poco valorado, en el mundo urbano en que habitamos la mayoría de los mexicanos. De ahí que la decisión de los Pueblos Mancomunados de abrirse a quienes venimos de fuera no es una oportunidad menor: es una puerta a un mundo de una enorme riqueza que nos puede además brindar luces para crear una vida colectiva más armoniosa y para profundizar nuestra democracia. Antes de seguir, un paréntesis: de ninguna forma pretendo aquí abordar la complejidad histórica, cultural y política del ethos comunitario presente en la región, al que intelectuales oriundos de la región llaman comunalidad y que apenas empiezo a conocer. Más bien intento compartir algunos rasgos que pude apreciar (no sin algo de estudio posterior) en una, relativamente, corta visita.

 

Un fundamento básico de la comunalidad es el servicio comunitario, realizado sin contemplar un beneficio propio o remuneración económica; presenta distintos niveles y comprende diversas actividades: la asamblea para decidir, el cargo para coordinar, el tequio para construir. “El tequio es un trabajo sagrado para nosotros”, me explicó don Adelfo. “Así hemos construido las cabañas, las carreteras”. También está la guelaguetza, sin la cual, como me compartió Francisco Javier, otro de mis guías, sería muy pesado cultivar la tierra. De lo que se trata la guelaguetza es de dar y recibir. Es un acuerdo de ayuda mutua que hace posible no solo el trabajo del campo, sino también que las familias puedan sobrellevar la enfermedad o el gasto en celebrar una boda.

 

Para quien vive en una sociedad acostumbrada al voto como único instrumento democrático, a los partidos como única vía de representación y a una clase política guiada primordialmente por ambiciones personales y la acumulación de poder, comprender el sistema de cargos resulta más complicado. Toda persona que vive en el mancomún se convierte en ciudadano al cumplir los 16 años, lo que trae consigo el cumplimiento de las responsabilidades comunales. Así, de acuerdo a las necesidades comunitarias y partiendo de las capacidades individuales, cada tres años a todo ciudadano se le asigna, en asamblea, un cargo. No hay campañas, no hay candidatos, pues no eres tú, son los demás, los que determinarán lo que habrás de hacer un año, sin remuneración económica alguna. Son las familias las que te apoyan para que puedas ejercer la responsabilidad. Los cargos van desde topil (oficial menor) hasta presidente municipal, pasando por tesorero y síndico, entre otros. Algunas comunidades deciden también incluir los cargos que requiere el proyecto de ecoturismo. Así, al pasar varios días caminando en la Sierra Norte te toparás con que algunos guías son ‘por cargo’. Otros se convertirán en guías ‘voluntarios’, lo que significa que reciben una remuneración y muy probablemente que es una apuesta personal, y comunitaria, por un plazo mayor. Según me cuenta Angelina, en este tema ha habido opiniones encontradas al interior del mancomún, pues si bien se valora y respeta el sistema de cargos, el proyecto también demanda personas capacitadas y cuyo conocimiento y experiencia no se pierda en cada ciclo.

 

En Amatlán pude conocer a Patricia Martínez Luna, quien entonces fungía como presidenta municipal. Y es que los usos y costumbres no son estáticos y, entre otras cosas, los derechos de las mujeres son plenamente reconocidos. Así, mientras que en el pasado los cargos de mayor autoridad eran reservados para los hombres, este ya no es el caso.

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Patricia Martínez fue la primera mujer en ocupar el cargo de presidente municipal en Amatlán. “No todos los varones están acostumbrados a nuestra presencia en el cabildo”, comentó. Foto: Étienne von Bertrab

Pero la noción de autoridad es muy distinta de la que experimentamos cotidianamente la mayoría. Como lo pone el antropólogo zapoteca Jaime Martínez Luna, mientras que desde la visión occidental de la libertad “todos podemos tener la ilusión de acceder al poder, desde la comunalidad, todos, en tiempos y espacios, a través del trabajo y la responsabilidad, somos y seguiremos siendo la autoridad”. Así, Alfredo López, con quien abrimos esta historia y quien fungía en ese entonces como síndico, ya había sido presidente municipal. Ocupar otros cargos, a veces menores, no es un fracaso político o personal, como seguro se vería en el México no indígena. Todos los cargos son tomados en serio y pueden ser removidos en cualquier momento si así lo resuelve la asamblea comunitaria. Más que la amenaza, sin embargo, es el deseo de servir a la comunidad lo que orienta la acción de todas y todos. Gracias a esta filosofía de vida comunitaria y la forma de organización que de ella emana, todos pueden tener acceso a los bienes comunes, como la tierra y el agua, y a servicios como la salud y la educación, y es por ello que logran, a través de generaciones, preservar su territorio.

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Las comunidades de Latuvi, Lachatao y Amatlán están comunicadas por el ‘camino real’, parte de una ruta prehispánica más amplia que unía a las ciudades zapotecas de los valles centrales con el Golfo de México. Además de tener vestigios del camino original son notables los bosques con musgo y las bromelias. Foto: Un millón de elefantes/Expediciones Sierra Norte

 

Andar los caminos para desafiar la ignorancia

 

Caminar las veredas de la Sierra Norte es una experiencia única. No hay sentido que quede intocado, ni conversación que no dé pie a conocer algo nuevo o una nueva reflexión. Pese a ser una persona amante de la naturaleza pero que ha vivido siempre en ciudades, sentí que mi ignorancia sobre los ecosistemas recorridos, sobre la diversidad de especies de plantas y animales, y sobre la vida rural, era abismal. Por fortuna estaba en un territorio generoso, donde todos, guías o no, están dispuestos a compartir su conocimiento.

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Pese a estar señalizadas las veredas y que está permitido caminarlas sin guía, andar con guías locales hace toda la diferencia en lo que puede uno mirar, conocer y apreciar. Foto: Étienne von Bertrab

Es un conocimiento esencial para la vida de quien vive en la Sierra Norte. En una ocasión, luego de la jornada de caminata más larga, y una vez terminada el agua que llevaba, mi guía Hilario me salvó de una buena deshidratación presentándome al aguanoso, una pequeña planta que por mí hubiera pasado desapercibida pero que bajo tierra guarda un líquido tesoro. En otro momento, al andar el sendero de un río en que atentamente buscaba yo una nutria (me enteré que han vuelto), me mostró el gusano del águila, una fuente de proteína importante para ellos desde siglos, y que habita en ciertos árboles secos. Pero no todo era exótico o distante. Conocí las plantas de las habas, la flor del chícharo, los lugares en que se dan los berros, entre tantas otras maravillas. Pese a estar interesado en la agroecología, pocas veces había visto el funcionamiento de los sistemas o apreciado cómo operan los principios que orientan estas formas amigables con la naturaleza de cultivar la tierra.

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Las variedades de maíz criollo acompañan la muy alta diversidad de especies de flora y fauna. Foto: Expediciones Sierra Norte

El camino de Amatlán/Lachatao a Latuvi está bañado de sorpresas. No solo por la diversidad de ecosistemas sino por las personas que va conociendo uno en el camino, si se sabe dar con ellas, por supuesto. Así, subiendo una loma boscosa en donde no me esperaría encontrar a nadie, llegamos a la casa de don Eligio, quien es todo un personaje. Me pareció que guarda una sabiduría impresionante, además del maravilloso humor del cual no le quedará duda al visitante. En un muro de madera en su humilde casa tiene una colección de vestigios y curiosidades, como una piedra bautizada “el ratón Salinas” por su parecido con nuestro otrora presidente. Recuerdo muy bien la broma que me hizo al decirme que pronto se mudaría ‘más arriba’, lo que en un principio no entendí, sobre todo estando tan establecido y teniendo una edad avanzada. Me encantaría poderme referir, con tal liviandad, al final de mis días.

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Don Eligio, poseedor de mucha sabiduría, alegría y buen humor. Foto: Étienne von Bertrab

Sus hijas formaron, junto con otras mujeres, una cooperativa. Producen conservas y mermeladas orgánicas, que no pudieran ser de otra manera en un lugar donde tienen conciencia plena del daño que producen los agroquímicos y en donde continúan cultivando mediante prácticas que ahora llamaríamos agroecológicas.

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Es notable el papel de las mujeres en los proyectos de desarrollo comunitario. Foto: Expediciones Sierra Norte

Para terminar ese día y gracias a la señora Marta Santiago Cruz (y a Hilario, quien me llevó hacia ella en un cerro poco antes de llegar a Latuvi) pude conocer el proceso de elaboración del pulque y el tepache, y apreciar gozosamente su diferencia. No había mejor forma de terminar esa larga y al final sedienta jornada para pernoctar en una interesantísima comunidad que parece tocar y estar tocada por el cielo.

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La señora Marta compartiendo la riqueza que les brinda el maguey. Foto: Joe Luis/Expediciones Sierra Norte

Son muchas las experiencias vividas en cuatro días y no quisiera saturar al lector mas cuando la historia pretende invitar a vivir las propias. Comento una más pues resultó ser a la vez una especie de síntesis, y una fuente importante de inspiración: conocer, en la comunidad de Benito Juárez, a don Eli y a su familia. En lo que parece una misión intergeneracional y una apuesta por la vida, cultivan prácticamente todos sus alimentos. No es que tengan mucha tierra, sino que saben cómo cultivarla, trabajando con la naturaleza y contra ella. Pude constatar que tener animales para el sustento puede hacerse de forma digna para el animal. Ellos saben, sobre todo, cómo alimentarse. Al comer con ellos uno comprende el papel esencial de la alimentación en la preservación la cultura.

 

En la Sierra Norte uno aprende que se puede vivir de otra manera. En esta búsqueda de cada vez más personas por evitar un colapso planetario, parece que las respuestas están más en lo pequeño y que haríamos mucho bien en mirar más detenidamente lo que aportan comunidades indígenas en México. Pueblos Mancomunados no es más que una ventana a la Sierra Norte, una región de alrededor de 400 mil hectáreas de propiedades comunales que se conservan en gran medida por la comunalidad que es compartida por todos. La Sierra Norte es pues una ventana a ese México que necesitamos.

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Un recuerdo de la inolvidable visita a don Eli y familia. Al inicio él no creía en el proyecto de ecoturismo. Al cabo del tiempo no solo se sumó, sino que le ha aportado mucho valor al brindar a los visitantes un acercamiento a la vida comunitaria. En verde está Hilario, mi guía de ese día, a quien le debo tanto. Foto: Étienne von Bertrab


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Étienne von Bertrab es maestro en Planificación para el Desarrollo Sustentable (UCL). Ha sido profesor e investigador en México y el Reino Unido. Actualmente es profesor de Ecología Política y Comunicación para el Cambio Social en University College London. Ha colaborado en diversos colectivos de la sociedad civil y fundado varias organizaciones y redes. Su trabajo académico se ha enfocado a entender la producción de la (in)justicia ambiental en Latinoamérica y su activismo a México.