Aprender en libertad

Aprender en libertad

Unitierra es una semilla que encuentra tierra fértil en personas de distintas generaciones en diferentes rincones de México y el mundo. Aquí parte del colectivo de Unitierra Huitzo. Foto: Jair Casasola

Aprender en libertad

 

Universidad de la Tierra

 

 

Producción: Juan Mayorga

Fotografía: Jair Casasola

Junio 19, 2020

 

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Lectura de 18 minutos 

 

EDUCACIÓN PUEBLOS INDÍGENAS

OAXACA

La luz es tenue, la mesa de madera larga y concurrida. La conversación mantiene atentos a un académico austriaco, un campesino de la Sierra Norte, una feminista argentina, un anarquista de Sinaloa, una editora independiente y una docena más de personalidades disímiles. No es la promesa de un título lo que sostiene esta dinámica en la Universidad de la Tierra (Unitierra), sino el interés genuino de cada asistente por escuchar, aprender y compartir.

La escena podría ilustrar con rostros y ademanes variopintos las palabras del Comandante Tacho del EZLN: “Escuchar no es simplemente oír, sino estar dispuesto a ser transformado por el otro, la otra”.

 

Los insumos para esta charla son una relatoría de la sesión de la semana previa y una recopilación fresca de publicaciones de medios nacionales e internacionales. En la baraja de temas están las marchas de mujeres contra la violencia de género, la deficiente consulta para la construcción del Tren Maya, la última agresión mediática a la ambientalista Greta Thunberg y de colofón algunos escritos de Iván Illich.

 

Nadie tiene que hablar si no quiere (de hecho, muchas personas solo acuden a escuchar). Nadie refuta a las personas; si acaso, complementan las ideas. El académico austriaco toma nota en su laptop de lo que el campesino de la Sierra Norte describe como la defensa del territorio en su comunidad frente a las amenazas de una minera canadiense. Minutos más tarde, el mismo campesino se quita el sombrero antes de su intervención, en la que retoma las advertencias de la feminista sobre el capitalismo heteropatriarcal (ese modo de tratar la economía y la vida como gallos de pelea, siempre a la fuerza y a la carrera), tratando de juzgar si esas palabrotas sirven para explicar la realidad de su pueblo. Rubios o morenos, hombres o mujeres, urbanos o rurales, muchos de estos contertulios se refieren entre sí como ‘compas’.

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Boaventura de Sousa Santos y Gustavo Esteva comparten reflexiones en un conversatorio en la Unitierra a principios de 2020. Foto: cortesía de Wendy López

Estos conversatorios son la asignatura insignia de este lugar donde, entre otras cosas, se discute cómo deshacerse de las asignaturas, currículas, pedagogías y libros de texto.

 

“No tenemos ninguna pedagogía porque estamos en contra de la idea de educar y de enseñar. No sentimos que nadie deba estar enseñando a nadie, mucho menos con un currículum y menos bajo la idea de que el que enseña sabe más”, explica Gustavo Esteva, cofundador y miembro del concejo de ancianos de esta ‘universidad’ ubicada en la ciudad de Oaxaca.

 

Ligeramente encorvado sobre la mesa, Gustavo toma la palabra esporádicamente, sin histrionismo, acostumbrado plenamente a la dinámica. De vez en cuando voltea la mirada para hacer contacto visual, pero sin comprometer a nadie. En casi cuatro décadas de práctica, parece dominar el método de la desprofesionalización: hablar sin adoctrinar, mirar sin someter, compartir sin enseñar.

 

Después de casi veinte años de trayectoria, de hacer y de constantemente cuestionarse, la Unitierra se ha sacudido de los últimos vestigios de educación que les quedaban: esos intentos de programas y de currículas que irremediablemente colapsaban cuando los asistentes descubrían lo que en verdad querían hacer. Sólo tres principios sobreviven como ejes del aprendizaje: se aprende haciendo; se aprende conversando; se aprende en libertad.

 

En los conversatorios se pueden ejercer al menos dos de estos principios ya que, ante la oportunidad de conversar, los asistentes ejercitan su interés e inciden en la construcción colectiva de conocimiento, bajo el entendido común de que ningún saber vale más que otro. Se asiste y se habla sólo si se es libre.

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Sesión sobre medicina tradicional con hierbas y frutos locales en Unitierra Oaxaca. Foto: cortesía de Wendy López

“Estamos convencidos de que todo el conocimiento nuevo para una persona o para la humanidad se genera en conversación. Que no es un tipo solo haciendo experimentos y que de pronto le cayó el veinte”, sostiene Gustavo, con una convicción hegeliana sobre este principio.

 

Las sesiones y las palabras tejen pensamientos, sentimientos y actitudes, configurando la realidad comunal: “Son los rituales los que generan creencias, no al revés”, agrega Gustavo. Bajo esta metodología, los hablantes repiensan sus bases y con esto a ellos mismos. Nadie les va a enseñar nada, pero ellos pueden aprender de todos. Eso que muchos de ellos llaman sentipensar (dialogar con la mente y el corazón) trabaja a tope. Nadie sale de estos espacios sin haber sido transformado en algún sentido.

 

 

De la promoción a la conmoción

 

No es casualidad que esta manera de conversar sea tan parecida a la de las asambleas comunitarias del México rural, pues la Unitierra nace del trabajo con comunidades indígenas de Oaxaca.

 

Partiendo de la experiencia del Centro de Encuentros y Diálogos Interculturales (CEDI) la Unitierra inició actividades de manera informal en 1999, después de que el primer Foro Estatal Indígena de Oaxaca diagnosticara que la educación había sido el principal instrumento del Estado para destruir sus pueblos. En 2001 se constituyó como asociación, en una figura que coaliga tanto a organizaciones sociales indígenas como no indígenas.

 

La consecuencia de este origen es que su nombre sea una ironía: la Universidad de la Tierra no es, ni fue, ni será una universidad. ¿Por qué? Por el simple hecho de que no aspira a serlo, pues no comparte la rigidez de esa institución ni ningún regateo a las posibilidades de entender el mundo. En una universidad como cualquiera de nuestro sistema escolarizado es imposible aprender en libertad, afirman desde Unitierra, y hasta resulta ridículo hablar de universidad (un solo verso) en tiempos en que se discuten los pluriversos: los mundos donde caben muchos mundos.

 

Intelectualmente, la Unitierra se apoya, entre muchas otras fuentes, en los postulados de Gustavo Esteva, quien a su vez recupera una buena parte del pensamiento de Iván Illich, aquel anarquista austriaco que dijo que la supervivencia de la especie humana depende de descubrir la esperanza como fuerza social, y que debemos de enfrentarnos a los hechos en vez de lidiar con las ilusiones.

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Para Gustavo Esteva, no es tan difícil poner el cuidado de la vida en el centro de la organización. Más difícil, sostiene, es eliminar toda jerarquía. Foto: Jair Casasola

Como resultado, el involucramiento de la Unitierra no queda en la curiosidad intelectual y ha implicado acompañar activamente movimientos como el EZLN, la comuna de Oaxaca en 2006, la Sección 22 del sindicato de maestros y la lucha por la defensa de los maíces nativos. Sin embargo, en vez de promover estas causas, Gustavo Esteva define la actitud de la Unitierra hacia ellas como una conmoción o un contagio.

 

“Promover significa que yo me muevo con otro bajo uno de dos supuestos: que está paralizado o que se está moviendo, pero en la dirección equivocada, y que yo sí sé cuál es la dirección en que debe moverse”, explica Esteva. “Entonces nosotros no creemos en eso, hablamos de conmoción y contagio. Conmoción significa que nos movemos junto con el otro, no movemos al otro. Y nos movemos con todo: con el corazón, las manos, el estómago”.

 

 

“Nunca me habían preguntado qué quería aprender”

 

La conmoción en Unitierra empieza cuando llega un visitante, que es recibido con una pregunta inusual en nuestro sistema educativo: “¿Qué quieres aprender?”. Definido esto, no hay propedéutico ni tronco común de materias; se procede inmediatamente a aprender haciendo en compañía de alguien que sepa cómo.

 

“Si alguien viene aquí y nos dice ‘quiero aprender filosofía o astronomía’ lo mandamos con un filósofo, no a que se ponga a leer a los griegos, sino a que se ponga a filosofar, para que ahí descubra si efectivamente eso es lo que esta persona quiere hacer”, explica Esteva.

 

Esto le ocurrió a Edgardo García cuando llegó a la Unitierra en 2011. Recién terminaba la carrera de sociología en la Universidad Benito Juárez de Oaxaca y tenía que acreditar su servicio social como requisito de titulación, por lo que buscaba un lugar con el cual vincularse. Encontró una oportunidad en la Ciudad Administrativa de la ciudad de Oaxaca, pero no duró ni un mes. Después de vivir el movimiento social de 2006 en Oaxaca, la normalidad académica y social le parecía obsoleta.

 

“Fue pasar de un momento de movilización social muy alto a hacer que no pasaba nada”, explica Edgardo, quien escuchó de la Unitierra y de Gustavo Esteva a partir de lecturas que llegaron a sus manos durante un intercambio en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en la Ciudad de México.

 

Antes de dirigirse a la vieja casona que sirve de sede a la Unitierra, Edgardo preparó una carpeta con su documentos personales y académicos, dispuesto a acreditar quién era para ser aceptado. No tenía idea de que nadie se los pediría. En lugar de eso, su entrevista con Gustavo Esteva se redujo a una pregunta que lo sorprendió: ¿Qué quieres aprender?

 

“Nunca me habían preguntado qué quería aprender, entonces no tenía una respuesta. Entonces Gustavo me dijo ‘vente mañana’ y a partir de ahí empezamos a trabajar”, recuerda Edgardo.

 

Lo que inició como servicio social se convirtió en un proceso de aprendizaje que duró cinco años. En este tiempo aprendió, entre muchas otras cosas, a imprimir y encuadernar, a producir y transmitir programas de radio, a usar electrodomésticos impulsados por mecanismos de bicicletas, a cultivar huertos urbanos y, por supuesto, a sentipensar, conmocionarse con otros y a aprender haciendo.

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Los talleres de impresión, radio comunitaria y huertos urbanos son algunas actividades recurrentes en la Unitierra Oaxaca. Foto: cortesía de Wendy López

Además de personas, a la Unitierra llegan representantes de comunidades enteras en busca de aprendizajes concretos: “Queremos instalar un sistema de bombeo con energía solar para regar nuestras parcelas”, “queremos tener soberanía alimentaria en la escuela primaria”, “queremos sustituir los inodoros de agua por inodoros ecológicos”. Se trata de conocimientos que difícilmente tendrán un reconocimiento, sin embargo, resuelven necesidades reales.

 

Un aprendizaje clave para Edgardo fue la figura de la cooperativa como una alternativa laboral. Esto derivó de un trabajo conjunto en el Semillero Cooperativo de Unitierra de la mano de la editorial El Rebozo, otra cooperativa con más experiencia y dispuesta a compartir las lecciones de su proceso. En este espacio se discutía de economía solidaria y de cómo crear opciones para buscar autonomía financiera en un sistema económico cooptado por la cultura capitalista. Con estos insumos, Edgardo y otros 25 compañeros fundaron la Cooperativa Autónoma de Convivencia y Aprendizaje de Oaxaca (CACAO), que con el paso de los años se convirtió en La Auténtica, una cooperativa de ahora ocho integrantes.

 

La Auténtica, que cambió varias veces su sede en el centro de Oaxaca a medida que las rentas se disparan, lleva los principios de libre aprendizaje de Unitierra a un negocio: no hay chefs, todos ayudan tanto a cocinar como a limpiar o a atender; los insumos se compran a campesinos del estado mediante prácticas de comercio justo y se trata de apoyar tanto la producción local como la producción de semillas nativas de cacao, guardando distancia con los grandes acaparadores de semillas y con las corporaciones que dominan el mercado. En las vísperas de la pandemia por Covid-19, La Auténtica cerró su chocolatería en el centro y se replegó a la periferia de la ciudad, donde continúa la fabricación de barras de su marca insignia, el chocolate Rebeldía.

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Desde sus aprendizajes en la Unitierra, buscando autonomía financiera, Edgardo y compañeros establecieron una cooperativa de chocolate que hoy produce la marca Rebeldía. Foto: cortesía de Rebeldía

De la educación alternativa a las alternativas a la educación

 

Las conversaciones de la Unitierra nunca se quedan en el aula. A menudo ni siquiera nacen ahí, pues son inquietudes y debates surgidos en la casa o cualquier otro ámbito personal. Itzel Farías vivió esto a partir de la crianza de su hijo que, según lo decidió con su familia, no buscará una educación formal.

 

Después de formarse en psicología y de ejercer nueve años como maestra y psicoterapeuta del desarrollo para niños, a Itzel le llegó el momento de poner en práctica todo lo que había aprendido de educación, pues nació su hijo Ollin. Empeñada en encontrar lo mejor para él, fue desplazándose de la educación formal e institucional a modelos alternativos como el Montessori y el Waldorf. Al poco tiempo inició una maestría en Investigación y Desarrollo de la Educación en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, y con ello su vida personal y su objeto de estudio se hicieron aun más cercanos.

 

Como tema de tesis, Itzel se propuso analizar las alternativas a la educación. Simultáneamente, en su hijo Ollin crecía el descontento con la escuela en la que se encontraba. A Ollin no le gustaba el espacio y enfrentaba con desgano el tener que ir a un lugar extraño en donde, además, se aburría. Como por contagio, Itzel también desarrolló resistencia a su tema de investigación; tanto para ella como para su hijo se hacía claro que el problema no era la educación alternativa, sino la educación en sí.

 

“No pasaron ni seis meses cuando me di cuenta, por la vivencia personal y por lo que yo estaba investigando, que ni era la educación formal ni la alternativa, sino que habría que romper con todo esto y abrir la posibilidad de vivir en libertad y realmente aprender lo que uno quiere cuando uno lo desea”, explica Itzel.

 

La decisión apareció clara para la familia: Ollin no volvería a la escuela. Su madre cambiaría de tema de tesis: en lugar de investigar educación alternativa, Itzel se proponía arrojar luz a las alternativas a la educación. Pero los problemas empezaron pronto; su asesor de tesis le indicó que esa opción no era posible, que debía buscar algo más. ¡Cómo era posible buscar alternativas a la educación en un departamento universitario sobre educación! “Me decían que era como negarlo todo”, recuerda Itzel.

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Ollin aprendió recientemente a leer y escribir por curiosidad e interés, sin clases y sin maestros, ahora pone en práctica sus nuevos conocimientos al investigar sobre lo que le llama la atención, como el comportamiento de los perros. En cada caminata que hace con Flor, su compañera perruna, va tomando notas en un cuaderno. Foto: Jair Casasola

Además, las fuentes de información eran simplemente inexistentes. Después de agotar las bibliotecas de la Iberoamericana, la UNAM y otras de las principales en la Ciudad de México, empezó a entender que el tema escapaba a las convenciones universitarias. Casi estuvo a punto de bajar los brazos, pero su nuevo asesor de tesis (al anterior simplemente lo tuvo que cambiar), Stefano Sartorello, le recomendó investigar en la Universidad de la Tierra.

 

En un suspiro Itzel estaba en Oaxaca y empezó a desatar el nudo gordiano de su investigación. En Unitierra conoció experiencias que evidenciaban que las alternativas a la educación no sólo existían, sino que estaban en práctica en regiones impensadas desde la Ciudad de México: sindicatos, comunidades indígenas, organizaciones de base, colectivos urbanos o comerciantes. La literatura sobre el tema también empezó a fluir en forma de publicaciones de editoriales no comerciales, programas de radio comunitarios y tradiciones orales tanto de los distintos pueblos indígenas del estado como de los invitados que llegaban a Unitierra desde distintas partes del mundo. Todo este conocimiento se articulaba con conceptos más amplios de la región, como la comunalidad, la autonomía y la resistencia a la modernidad.

 

“Entre la carencia de ejemplos de desescolarización Unitierra apareció como un faro, porque nos da luz sobre lo que significa vivir desescolarizados, sin métodos, sin maestros, sin calificaciones”, explica Itzel.

 

Después de un año en la Unitierra, Itzel y su familia decidieron mudarse definitivamente a Oaxaca. Gustavo Esteva los invitó a colaborar más cercanamente partiendo de sus propias pulsiones desescolarizantes. Actualmente Itzel coordina un grupo de estudio y acompañamiento a familias desescolarizadas y personas interesadas en recuperar la capacidad de aprender: la Red de Aprendizajes Alternativos de Oaxaca (RAAO).

 

“Todos estamos en posibilidad de aprender todo de todos, independientemente de los recursos o conocimientos específicos que se tengan”, afirma Itzel. En los grupos (también les llaman tribus) de desescolarización, la crianza es comunal y mutua. Una sesión, por ejemplo, es dedicada a hornear pan en casa de una familia. Todos aprenden y comparten los recursos; entre ellos mismos complementan sus distintos conocimientos sobre harinas, levaduras, fuegos y tiempos de cocción. La familia anfitriona, lo suficientemente solvente como para tener un horno en casa, aprende la semana siguiente a sembrar milpa en casa de una familia campesina, una actividad a la que de otra forma no tendría acceso. El aprendizaje fluye igual para niños que para los adultos.

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Familias interesadas en la desescolarización en el Tercer encuentro de la Red de Aprendizajes Alternativos de Oaxaca (RAAO) en Santa Catarina Lachatao. Foto: cortesía de Alfredo Agudo

A final de cuentas, los niños desescolarizados adquieren muchas de las mismas capacidades que en la escuela (lectoescritura, álgebra, anatomía o biología) y pueden certificar sus conocimientos aprovechando los vacíos del sistema educativo nacional. La diferencia estriba en el proceso: aprender es más enriquecedor cuando proviene del interés y no de la obligación.

 

“Hacen falta más espacios como Unitierra, pero son espacios que cada uno de nosotros tenemos que crear”, afirma Itzel.

 

 

Sembrar Unitierras

 

Más que la casona donde tienen lugar sus actividades, la Unitierra es una idea con una invitación abierta a ser apropiada y replicada. Por esto, el aprender en libertad se esparció hacia otras latitudes no sólo de México, sino también del extranjero.

 

Como aves que se alimentaron del fruto, muchos invitados de Gustavo Esteva y sus compas han regresado a sus lugares de origen a regar la semilla de nuevas Unitierras, donde conjugan el sentipensar de acuerdo a sus cosmovisiones y necesidades específicas: la de Chiapas vinculada al zapatismo; la Unitierra de California postulando el Black Lives Matter; la de Manizales, Colombia, defendiendo la pluriversidad de los ríos y los pueblos del Pacífico; la de Cataluña defendiendo la economía solidaria. Así sucesivamente, descubriendo una geografía de saberes alternativos que llega hasta Tokio, Japón.

 

En esta cartografía de posibilidades, la Unitierra Huitzo se ubica a sólo cuarenta kilómetros de la ciudad de Oaxaca y ha elegido a la salud como el foco de su autonomía. Después de décadas de trabajo voluntario en comunidades de Oaxaca, Ernestina Prado y Rosa Elena Corona (Tina y Mari, para la comunidad) coincidieron en los conversatorios de la Unitierra, donde las cautivó esa posibilidad de reaprender a sanar: ¿Cómo quitarle a la medicina algo del poder que le hemos dado sobre nuestros cuerpos y volver a tener el control? Sanar en vez de curar y aprender en lugar de enseñar. En poco tiempo se volvieron parte de la comunidad Unitierra y fueron invitados a apoyar un proyecto de instalación de sanitarios ecológicos y estufas de barro en comunidades de los valles centrales de Oaxaca.

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Tina y Mari (a la derecha), fundadoras de Unitierra Huitzo, junto con dos compañeras. Foto: Jair Casasola

Paralelamente, Tina y Mari comenzaron a implementar esas ecotecnias en su casa en el municipio San Pablo Huitzo, donde suscitaron el interés de vecinos y vecinas que pedían apoyo para implementarlas en sus propios hogares. Las congregaciones de trabajo comenzaron a atraer más gente, hasta que un día de 2013 el doctor Rolando Vázquez, emocionado por los aprendizajes conseguidos, donó un terreno para poner una Unitierra en esa misma comunidad. El espacio quedó consagrado a las ecotecnias y la salud, tanto física como espiritual, a través del trabajo de la tierra, la sana nutrición, la herbolaria, la homeopatía, los masajes y los baños en temazcal.

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El temazcal es un baño prehispánico con calor y hierbas medicinales. Las ‘compas’ de Unitierra Huitzo atienden con este método a visitantes de dentro y fuera de la comunidad. Foto: Jair Casasola

Los ‘compas’ de Unitierra Oaxaca respaldaron el naciente proyecto de Unitierra Huitzo, canalizándoles interesados. Con algunos donativos, Tina y Mari consolidaron su cofradía de mujeres interesadas en recuperar su capacidad de sanar y construyeron su infraestructura: una cabaña que ahora sirve de cafetería, un salón de usos múltiples, un temazcal para diez personas, vestidores y suficiente tierra para sembrar milpa cada primavera.

 

Siete años después, la Unitierra Huitzo alberga un mercado orgánico los sábados, talleres de autoconstrucción con adobe o carrizo, tardes de cine comunitario y jornadas de cuentos para niños, de historia o de desescolarización, entre otras iniciativas. Entre las doce mujeres que hacen funcionar este espacio el sentido de trabajo ha sido desplazado por un sentido de familia.

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Las frutas y verduras que se venden los sábados en el mercado orgánico son cosechadas esa misma mañana. Foto: Jair Casasola

“El sentido comunitario es de aquí y lo estamos reaprendiendo junto con la comunidad misma, porque hay valores que se perdieron un poco pero siguen estando ahí. Nuestro ser y hacer viene de la Unitierra Oaxaca, que es la que nos hizo brotar la necesidad de hacer cosas concretas”, explica Mari.

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Mujeres de Unitierra Huitzo siembran milpa ante la temporada de lluvia. Es una de las actividades para (re)aprender a sanar a través de la alimentación. Foto: Juan Mayorga

A unos dos mil kilómetros de Huitzo, internados en la vastedad de Sudamérica, la Unitierra en Colombia tiene como escenario la ciudad de Manizales. Desde el así llamado Tejido de Colectivos-Unitierra Manizales-Caldas y Suroccidente Colombiano se discuten las problemáticas del centro-occidente, de la región de los ríos y el Caribe colombianos. Son regiones tan golpeadas por la marginación histórica, los proyectos extractivistas (minería, agricultura industrial), el racismo con los pueblos afro o la violencia del narco que en ese espacio se prefiere hablar de ‘políticas de la esperanza’, explica Patricia Botero, una de las coordinadoras de este espacio.

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El Tejido de Colectivos está arraigado en las problemáticas de distintas comunidades de Colombia, entre ellas las afrocaribeñas. Foto: cortesía de Patricia Botero

“Cuando hablamos de políticas de la esperanza, lo que nos interesa es denunciar lo que está sucediendo, pero al mismo tiempo anunciar esos mundos milenarios que han estado ahí desde un lugar no colonizado del relato, que son lo que nos permiten beber de esos sentidos y esperanzas, y construir procesos”, afirma Patricia, quien además de sus títulos no oficiales en la Unitierra es doctora en Ciencias Sociales y profesora invitada en diferentes universidades.

 

Habitando algunas de las barriadas más depauperadas de la región, el Tejido de colectivos-Unitierra bebe de las esperanzas de los pueblos afro, las prácticas de barrio, las economías locales y las resistencias desde lo más abajo. En una sesión practican la crianza mutua de los hijos, en la que ‘ombligan’ a los pequeños y a sus familias. En otra, aprenden de sanación a través de los masajes tradicionales de Gloria Hernández, una yerbera en el mercado del pueblo. En otra ocasión reciben a Arturo Guerrero para escuchar de las experiencias de comunalidad en Oaxaca.

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Conversa con la obra de teatro Espera Esperanza, Colectivo Creapaz y grupo de teatro infantil La Pelota Amarilla. Foto: cortesía de Patricia Botero

Para plasmar con letras algunos de estos aprendizajes, el grupo fundó la Editorial Color Tierra, con la cual se proponen desindividualizar la lectura y la escritura, y seguir contando historias de sanación, así sea provenientes de contextos profundamente hirientes. La guerra entre el Estado colombiano y los grupos guerrilleros es uno de ellos, pues en el fuego cruzado han quedado comunidades negras de Buenaventura y Chocó, así que la Editorial Color Tierra ha respaldado la comunicación entre estas regiones y las barriadas de Manizales.

 

“Creo que las Unitierras lo que buscamos es reivindicar ese pensamiento que hay desde la humildad desde los pasos, pensamientos y filosofías milenarias que no pueden terminar nuevamente en una disciplina y un asunto exótico, sino toda esa mirada de los pueblos y las alternatividades”, explica Patricia.

 

Volviendo a Oaxaca, Gustavo Esteva comparte aprendizajes y desafíos que trajo consigo la pandemia de Covid-19. Por un lado, la enseñanza en línea trajo la escuela a la casa y muchos padres se están dando cuenta del horror de ciertas pedagogías y contenidos y sobre todo de la rigidez escolar. “Ahora estamos viendo un estallido de interés en las propuestas desescolarizadas de aprendizaje”, comenta. Por otro lado, persiste y adquiere nuevas dimensiones el desafío de hacer comunidad. “Mientras que el virus plantea un peligro real, éste se agrava por lo que se nos exige: aislarnos, separarnos, tomar distancia de los demás, cuando se necesita más que nunca enfrentar juntos ese peligro, intensificando nuestra interacción.” Sin embargo, agrega, “es un desafío compartido por muchos millones de personas que no tienen tras de sí algo que puedan llamar comunidad, y con ellas y ellos vamos cayéndonos y levantándonos”.


Tú puedes involucrarte:

  • Súmate a sus actividades semanales como el conversatorio Caminos de la Autonomía Bajo la Tormenta o los grupos de estudio (ahora repensando la pandemia), escribiendo a contactounitierra@gmail.com.
  • Sé parte de la Red de intercambio de saberes, que incluye a padres que practican la desescolarización de sus hijos; tiene actividades continuas.
  • Participa en Regenerar nuestras comunidades y Crianza mutua, iniciativas que se realizan con colectivos, grupos y comunidades, principalmente de Oaxaca.
  • Quizá la forma más gozosa de acercarse a Unitierra es llegar a ella con una inquietud de aprendizaje, con las ganas de aprender algo fuera de los formatos habituales, en libertad.
  • Te puedes sumar aquí a la campaña de donativos para apoyar el proyecto de reconstrucción social del hábitat en Ixtepec, luego de los terremotos de 2017.
  • Todo lo anterior y algunas cosas más pueden encontrarse en la página de la Unitierra, incluyendo dirección y formas de contacto.
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Juan Mayorga es periodista independiente especializado en asuntos ambientales. Sus temas prioritarios son crisis ambientales, cambio climático, fronteras planetarias, transición energética, producción agroalimentaria, salud pública y pueblos indígenas. Ha publicado en El Universal, CNNMéxico, Expansión, Animal Político y Proceso, entre otros espacios nacionales e internacionales. Tiene un máster en Public Management y GeoGovernance por la Universidad de Potsdam, en Alemania. Está convencido de que las culturas originarias, sobre todo en el Sur Global, guardan valiosas enseñanzas para enfrentar la actual crisis civilizatoria y sus consecuentes amenazas ambientales.

Jair Leyva Casasola se ha formado y especializado en las áreas de producción, cinematografía y fotografía documental. Ha colaborado con Campamento Audiovisual Itinerante, OaxacaCine, La Calenda Audiovisual, OSIIMPE y Cooperación Comunitaria así como en varias producciones cinematográficas.