La paz se construye desde el barrio

Para muchas familias en México despedirse sin temor a no regresar ese día es un sueño. Foto: Francisco Proner

La paz se construye desde el barrio

 

Cauce Ciudadano

 

 

Producción: Étienne von Bertrab

Marzo 24, 2019

 

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Lectura de 14 minutos 

 

 EDUCACIÓN

 CDMX

En un país azorado por niveles inéditos de violencia, la idea de que ‘si mueren los criminales no pasa nada’ sintetiza un discurso normalizado en la sociedad mexicana y convertido, a su vez, en política pública. Para Cauce Ciudadano, organización dedicada a la construcción de paz desde los barrios de nuestras ciudades, la estrategia policiaca y punitiva del Estado mexicano no solo no logra reducir la violencia, sino que la reproduce y, siendo incapaz de construir una cultura de paz, atenta contra el futuro de México. Cauce Ciudadano marca una ruta distinta y promisoria en el trabajo con quienes son principales víctimas y victimarios: los jóvenes. Y es que, como ellos lo expresan, “Las juventudes no son peligrosas. Están en peligro.” Lo que esta organización logra en los barrios no es menor: transformar la conflictividad y crear nuevos protagonistas sociales.

 

El impacto y el reconocimiento de su trabajo trascienden fronteras. En una entrevista a su fundador, Carlos Cruz, contó que pasaba algunas semanas en dos provincias argentinas, compartiendo en ‘villas’ urbanas la metodología desarrollada por la organización a lo largo de diecinueve años. Por otro lado, Cauce Ciudadano recibió este pasado 12 de marzo, en el parlamento catalán, el Premio Internacional Constructores de Paz 2018 que otorga el Instituto Catalán Internacional por la Paz. Este organismo solicitó a la escritora colombiana Laura Restrepo, familiarizada con la violencia y el difícil tránsito hacia la paz en su país, entregar el premio, que fue recibido por Erika Llanos, Directora de Cauce, y el mismo Carlos.

 

En una primera visita a Ecatepec, uno de los municipios en que trabaja Cauce, tuve la fortuna de coincidir con Laura Restrepo, quien estaba en su misión para conocer de primera mano el trabajo y los equipos de la organización. Seguramente quedó igual de maravillada con lo que logran las mujeres y hombres que colaboran junto con personas de una diversidad de grupos de base y con la misma comunidad. Pese a las más grandes adversidades, simultáneamente están salvando vidas y construyendo una cultura de paz en uno de los municipios de mayor conflictividad y más estigmatizados de América Latina.

 

Comunidades violentadas

 

No resulta difícil imaginar cómo surge la violencia en territorios tan violentados como Ecatepec y particularmente en Ciudad Cuauhtémoc, comunidad situada en los márgenes del municipio y considerado por sus pobladores como olvidada por las autoridades. La falta de oportunidades laborales y de desenvolvimiento la padecen la mayoría de las familias. Siendo periferia de la Ciudad de México depende de los empleos que ésta genera, pero llegar a ellos implica enormes gastos y renuncias. Un solo trayecto a la estación del metro Indios Verdes cuesta 21 pesos, lo que hace que en algunos casos transportarse al trabajo implique la mitad de un salario ya de por sí precarizado. El trayecto al metro puede tomar hasta dos horas. Como buena parte de este municipio de más de millón y medio de habitantes, Ciudad Cuauhtémoc es una ciudad dormitorio cuyas familias escasamente tienen tiempo para sí. Flor Maldonado, quien colabora como facilitadora en Pazeando mi barrio, un programa de Cauce, me contó cómo fue que uno de sus cuatro hijos, que logró estudiar ingeniería, acabó abortando la profesión por lo que implicaba ir al trabajo. Acabó tomando un camino muy distinto, ingresando al ejército. Las oportunidades educativas son escasas, como son los espacios públicos para el esparcimiento y el desarrollo. No porque haga falta territorio sino porque éste es temido. En nuestros recorridos, integrantes de Cauce nos contaban que aquellos grandes baldíos rociados de basura contienen historias de horror. Es ahí donde secuestran a algunos, violan a otras y depositan sus cuerpos o partes de estos. Sin embargo, recorrer, ‘pazear’ el barrio, también implica para ellos y ellas la posibilidad de que su cerro, donde ahora se cosecha muerte, se coseche vida.

Pese a tener sus propios desafíos Flor brinda acompañamiento y apoyo a personas en su comunidad.  Foto: Étienne von Bertrab

Mientras que ciertas crueldades suceden otras son planeadas. Ciudad Cuauhtémoc está flanqueada por dos enormes basureros que reciben desechos tanto del municipio como de la Ciudad de México. Uno de ellos fue supuestamente clausurado. Adyacente al que está notoriamente activo se encuentra la prisión de Chiconautla, destacada por ser una de las más hacinadas del país. Indagar qué fue primero, el basurero o la prisión, resultaría ocioso: cualquier posibilidad es perversa, pues considera a las y los internos como personas que no merecen siquiera un entorno sano. Como si la pérdida de libertad no fuese suficiente castigo.

Ahí detrás del basurero está la prisión de Chiconautla. Muy cerca, una planta termoeléctrica. Foto: Étienne von Bertrab

Aquí es común tener parientes o amigos muertos violentamente, así como familiares presos, por lo que las visitas a la cárcel forman parte de la dinámica cotidiana de muchas familias. Conocí a varias personas que estuvieron presas, como Patricia, quien salió hace meses habiendo cumplido 15 años encarcelada, acusada de un crimen de secuestro que no cometió y por el que fue condenada originalmente a 39 años de cárcel. Su historia es tan escalofriante como inspiradora. Su encarcelamiento implicó no ver crecer a sus tres hijas, y pasó todo tipo de penurias como las demás internas. Su relato sugiere que quien sobrevive una prisión como ésta lo debe a una mezcla de factores fortuitos y la determinación individual y colectiva por la vida. La prisión de Chiconautla es lo más indigno para un ser humano: compañeras durmiendo en el piso a falta de camas, al lado de cubetas con heces y orines (antes de que les pusieran baños), sin comedor propio (solo los hombres lo tenían), esto sumado a los primeros días de golpes, tortura y encierro intimidatorio. Patricia nunca logró un careo con la persona que la acusó. Tampoco tuvo acceso a un abogado. Pese a todo lo vivido y lo perdido, agradece estar libre y poder reiniciar una vida normal. Patricia estima que, de la población de mujeres reclusas durante su estancia en Chiconautla, diez por ciento son inocentes. Al preguntarle sobre la prisión de hombres sus ojos se van para atrás. Son mucho más los hombres presos inocentes, dice, y las condiciones de vida, mucho peores. “Ni los animales se comen la comida que les sirven”.

Patricia hace lo posible por rehacer su vida. Foto: Étienne von Bertrab

La violencia del sistema de justicia punitiva no termina con la liberación. Patricia fue ‘preliberada’ y tiene que regresar a la prisión cada jueves, para firmar. No entiende por qué en cada ocasión tienen ella y sus compañeras que ser sujetas a la humillación por parte de los encargados de poner un sello. Este simple trámite puede tomar hasta cuatro horas y se logra toda vez que una esté dispuesta a lavar y hacer todo tipo de servicios a la autoridad en turno. Sus ausencias prolongadas del trabajo no son bien vistas por su empleador. ¿Querrá alguien que estas personas simplemente no salgan adelante?

 

El valor de la confianza

 

En este mar de violencias existen archipiélagos de paz rebosantes de humanidad. Uno de ellos es el espacio creado por Goyo, quien colabora con Cauce haciendo un trabajo tan inusitado como imprescindible. Hace años montó en su casa un dormitorio para personas que salen de prisión y no tienen a quién acudir. En términos formales hace el papel de tutela familiar o laboral, según la necesidad. Aquí no es relevante cuál fue el delito o supuesto delito cometido. Lo que importa es el cumplimiento de normas de convivencia y de colaboración: cero drogas y alcohol, trabajo, limpieza, fraternidad y honestidad. Goyo nos contó cómo es que lo tildaron de loco por exponer a su familia, y particularmente a sus cuatro hijas, a personas peligrosas. Con la sonrisa que le caracteriza y brillo en los ojos, nos contó su propia historia. Él empezó a drogarse en la primaria, donde llegó incluso a amenazar a sus maestros. En su adolescencia inició su actividad criminal, que no se detuvo hasta que llegó a la realización de que no podía seguir así. Uno de los expresos que hoy vive con la familia fue parte de su misma pandilla, ‘Los Machines’. Ambos recordaron cómo llegaron al punto en que la inmensa mayoría de alrededor de cien miembros de la banda murió violentamente.

 

Como lo pone Laura Restrepo, Goyo conoció la ley del castigo, misma que hoy descarta. Cree en cambio en la confianza, en la mano tendida y el abrazo de bienvenida a quien vuelve a ser parte de la comunidad. En ese entorno de paz y tranquilidad que es su hogar, su esposa e hijas apoyan el plan de Goyo de ampliar los dormitorios. Este noble proyecto implica restaurar un camión antiguo para venderlo y poder hacerse del terreno vecino. Entre sus múltiples actividades, entrelazadas con familia, con las y los compañeros y con Cauce, está seguir trabajando con las y los internos en la prisión de Chiconautla, algo que en un inicio implicó superar muchas trabas por parte de los custodios y sigue requiriendo viajes a la capital del estado con el fin de realizar trámites protocolarios. Goyo es pastor, y como expresó Patricia, tiene un papel fundamental allá adentro. Esencial para no perder la esperanza.

Goyo, su esposa e hijas, junto con las y los compañeros liberados, forman una familia extendida. Foto: César Ramírez

Historia mínima de Cauce Ciudadano

 

Resulta difícil comprender el todo de lo que ha sido, es y aspira ser Cauce Ciudadano, de forma que más bien elaboro sobre algunos de los rasgos de esta singular organización. Como con Goyo, Cauce tiene su origen en un grito: ‘¡Basta! No más ejercer la violencia ni recibirla’.Y es que el mismo Carlos fue pandillero y vio a amigos morir. Pero no lo fue, lo es todavía. Carlos se presenta como pandillero constructor de paz. Más allá de la anécdota esto está en el corazón del trabajo teórico y metodológico de Cauce. Así como no pretenden eliminar el conflicto sino transformarlo mediante caminos no violentos, tampoco buscan extinguir la pandilla, la banda, los chicos que se ‘juntan’. Las pandillas suplen ausencias, brindan identidad y lazos de hermandad y de apoyo frente a un mundo que parece actuar en contra de tantos jóvenes en las periferias de nuestra sociedad. Más aún, se trata de que estos jóvenes utilicen los saberes que poseen para la construcción de alternativas pacíficas para el barrio.

 

Nuevamente cito a Laura Restrepo, “Cauce busca transformar el barrio, la escuela, la casa familiar, en espacios amables de encuentro, amistad y solidaridad, dando especial importancia a lo que llaman sabiduría de la calle”. Este concepto, uno de tantos que emergen de los procesos de acción y reflexión de Cauce, pudiera definirse como el arte de manejarse en medio de la rudeza de un barrio brutal, de una cárcel, de una región en guerra. Es una sabiduría que no puede aprenderse en la escuela ni desde la academiay es fundamental para la construcción de paz en los barrios. De ahí que el acucioso trabajo de Cauce implica no solo trabajar con líderes en las pandillas, sino como casi ninguna organización en el país, con victimarios. Como lo pone nuevamente Laura“juzgar, dividir al mundo en buenos y malos, colocarse del lado del bien, del orden y la ley, señalar con el dedo, delatar, recurrir a la fuerza pública, esos no son verbos que Cauce Ciudadano conjugue”. Entendiendo que todos son víctimas de un sistema de opresión y que todas las personas podemos ejercer violencia, de lo que se trata es que ambos, víctimas y victimarios, puedan superar su destino.

Los conversatorios son fundamentales en el trabajo de Cauce en las comunidades. Y es que, como lo pone Carlos Cruz, “el arte de la construcción de paz está en escuchar mucho, y hablar poquito”. Foto: Francisco Proner

Cauce entiende la violencia como un extendido problema de salud pública, y desde ahí la aborda. Tratarla tiene sus propios tiempos y curvas de aprendizaje, por lo que no se aspira a eliminarla sino a reducir su contagio, a evitar la frecuencia e intensidad de su aparición y a encauzarla. De ahí el nombre de la organización. “Todos los ríos pueden desbordarse, pero siempre vuelven a su cauce”, expresa Erika, directora de la organización y quien fue la primera mujer no pandillera en formar parte de ésta. Así, en lo que denominan binomios, Cauce teje saberes y experiencias de vida distintas, pero esencialmente complementarias, como una especie de YingYang cuyos elementos son inseparables. Estas historias de vida se suman a las capacidades identificadas en las personas para actuar ya sea como facilitadores, mediadores o interruptores– esos que, armados de su propia ‘sabiduría de la calle’, credibilidad en el barrio e intuitiva sensibilidad, intervienen en el momento justo para evitar actos violentos. Este papel lo desarrolla por ejemplo Luis Alberto, quien me comentó cómo tiene que estar atento a todas horas para esa llamada que aspira a salvar vidas en el barrio. Y es que Cauce alberga un principio fundamental: ‘Ni un joven más en el hospital, la cárcel o el panteón’.

Los foros de prevención de la violencia, una de tantas actividades desarrolladas con la comunidad, en este coordinados por el municipio de Ecatepec. Foto: archivo de Cauce Ciudadano

Ciudad Retoño

 

Al oriente de la Ciudad de México, en el municipio de Los Reyes-La Paz, ocurre algo prodigioso: el desarrollo del centro comunitario Ciudad Retoño. Se trata de la reconversión de un terreno de dos hectáreas que fueron donados a Cauce Ciudadano por la compañía Pernod Ricard, luego de decidir desmantelar su planta de producción de licores y como una manera de devolver más de la prosperidad ahí generada a quienes la hicieron posible. Con todo lo que Cauce aprendió trabajando en Ecatepec y en otros municipios y regiones del país, Ciudad Retoño se convierte en un espacio de posibilidades, donde se sueñan y llevan a cabo proyectos propios y de otros actores sociales de la comunidad. Una de las condiciones que puso la empresa donataria y que fue acogida por Cauce, es la de prestar atención al desarrollo económico de la población. De forma que, a la par de talleres formativos, de arte y recreativos, están aquellos orientados al desarrollo de habilidades para el trabajo y el emprendimiento. Del vínculo con la comunidad y con otras organizaciones y universidades, emanan proyectos productivos y empresas sociales.

Una planta industrial transformada en fuente de esperanza. Foto: Étienne von Bertrab

 

Taller de Parkour, uno de varios al alcance de los jóvenes del barrio y del oriente de la Ciudad de México. Foto: Étienne von Bertrab

La visita a Ciudad Retoño fue demasiado corta para apreciar en toda su amplitud y profundidad lo que ahí cotidianamente ocurre y lo que ahí nace, pero se vislumbra algo significativo. Una experiencia que jamás olvidaré, fue presenciar una sesión del taller de rap que imparte Alexis Jasso, quien recientemente se integró a Ciudad Retoño como tallerista. Una docena de niñas y niños aprendiendo elementos y técnicas del rap, pero saben que están haciendo algo más. Hablan de lo que sienten, de lo que ven, de lo que escuchan, de lo que les preocupa. Transpiran en esas letras también sueños y aspiraciones. Componen letras a través de las cuales expresan lo que tal vez no pueden compartir en sus propias casas. Y ahí, en sesiones libres y juguetonas, se escuchan atentamente unos a otros, se aplauden, y se brindan retroalimentación, que les ayuda a pulir su expresión para el próximo sábado o a ponerlas a un lado y crear nuevas. Presenciar este taller y charlar posteriormente con Alexis, fue instrumental para entender más sobre las violencias cotidianas que viven las juventudes, y lo que implica romper esos círculos. Una vez que se despidieron los niños de su maestroque más bien parece su querido hermano mayor, nos sentamos a hablar. Alexis me compartió cómo el bullying definió su infancia y reforzó su personalidad más bien retraída. Durante unos años dejó de ser feliz en la interacción con los demás y se bastaba a sí mismo. Llegó a experimentar ‘bullear’ a otros, esa forma de interacción que aprendió demasiado joven, pero lo pudo ver y frenar a tiempo. La música lo rescató y particularmente el rap, que lo volvió a reconectar con los demás. Alexis goza de escuchar y de enseñar, y lo hace con una horizontalidad y un respeto por los niños, admirable.

El taller de rap pudiera concebirse también como un grupo de apoyo mutuo, en esos años críticos del desarrollo de la persona. Foto: Étienne von Bertrab

Además de dirigir Cauce Ciudadano, Erika Llanos coordina la Red Retoño, que agrupa familiares de víctimas de desapariciones, colectivos y organizaciones de la sociedad civil para llevar a cabo acciones enfocadas a desarrollar una estrategia integral para la construcción de paz. En sus pocos años de existencia la red ha logrado, por ejemplo, que 85 familias víctimas de desaparición tuvieran acompañamiento jurídico en el seguimiento a sus casos. El proyecto comprende diversas intervenciones comunitarias dirigidas a un millar de niños y jóvenes en comunidades afectadas por la delincuencia organizada. Desde hace tiempo me preguntaba si alguien se estaría haciendo cargo de tantos niños y jóvenes trastocados por la violencia. Y no es el Estado mexicano el que lo está haciendo, al menos no hasta ahora. Pero Cauce no pretende suplir al Estado, sino que busca también la incidencia en políticas públicas. A decir de Carlos, el sistema opera, pero no funciona. Desde su creación Cauce ha atendido a alrededor de 260 mil personas y diseñado un modelo de prevención de la violencia desde una perspectiva de derechos humanos, con un énfasis en la promoción de la salud, la prevención de riesgos, la atención del daño causado y la rehabilitación. Muchas felicidades por este nuevo reconocimiento y nuestra gratitud por ser quienes son y hacer lo que hacen.

Erika Llanos en Ciudad Retoño, un edén para comunidades del oriente de la Ciudad de México. Erika Cree en la ‘pedagogía de la ternura’ para recuperar la fuerza del amor ante un contexto social y político de extrema violencia. Foto: Étienne von Bertrab

 

Equipo de Cauce Ciudadano en Ecatepec guiados por don Arturo (camisa azul), indígena de la región que incita a conocer y restaurar nuestra relación con esa naturaleza que, pese a degradación y despojos, aún sustenta la vida. Foto: Étienne von Bertrab


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Étienne von Bertrab es maestro en Planificación para el Desarrollo Sustentable (UCL). Ha sido profesor e investigador en México y el Reino Unido. Actualmente es profesor de Ecología Política y Comunicación para el Cambio Social en University College London. Ha colaborado en diversos colectivos de la sociedad civil y fundado varias organizaciones y redes. Su trabajo académico se ha enfocado a entender la producción de la (in)justicia ambiental en Latinoamérica y su activismo a México.