Semillas de cambio

Compartiendo aprendizajes y prácticas agroecológicas en el Encuentro Regional de la Red Chiapaneca de Huertos Educativos. Foto: Equipo de LabVida

Semillas de cambio

 

Red Mexicana de Huertos Educativos

 

 

Producción: Clara Migoya

Abril 8, 2019

 

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Lectura de 16 minutos 

 

 EDUCACIÓN CAMPO

CHIAPAS

Con la modernidad y la urbanización se ha acentuado una desconexión con el mundo natural que marca aspectos tan centrales de nuestra vida como la alimentación. Los huertos educativos ofrecen una oportunidad para resignificar el vínculo que tenemos con nuestros alimentos y promover otra forma de aprendizaje. Estar afuera, con las manos en la tierra, nos obliga a observar más atentamente; ser metódicos, estar a merced de otras formas de vida que se tejen alrededor de los cultivos y encontrar, en el esfuerzo campesino y el propio, gratitud en los alimentos que a menudo damos por sentado. Esta historia retrata la esencia de una Red que, aprendiendo al lado de las generaciones más jóvenes, invita al cambio.

 

A finales del 2018 me encontré rodeada de personas que trabajan con enorme compromiso por inspirar en la infancia el respeto a la vida, a nuestros alimentos y quienes los cultivan. Se trata de la Red Mexicana de Huertos Educativos, una comunidad amplia y dinámica que adquirió nombre y constitución oficial en octubre de 2018 durante el Encuentro Nacional de Huertos Escolares en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Su trabajo tiene muchos más años y geografías; venidos de dieciséis estados de la república, los aproximadamente 200 participantes formalizaron un lazo que muchos de ellos empezaron a forjar hace más de diez años.

 

Casi todos forman parte de la Red Internacional de Huertos Escolares (RIHE) y algunos han creado redes regionales como la Red Chiapaneca de Huertos Educativos y la Red de Huertos Escolares y Comunitarios (de Xalapa, Veracruz). En su multiplicidad de expresiones, la red integra alumnos, maestros de escuelas públicas y privadas, educadoras rurales, padres de familia, activistas urbanos, colectivos, nutriólogas, agroecólogos, campesinos, académicos, comunicadores y, seguramente, muchas identidades para las que mi ojo quedó corto.

 

El encuentro permitió a los participantes asomarse a otras experiencias, compartir soluciones creativas, aprender de otros enfoques y, sobre todo, contagiar el entusiasmo por seguir trabajando. Los días que compartí con estas personas, en talleres, visitas a campo, asambleas y juegos, me dejaron una profunda impresión: cada uno, desde su realidad, teje lazos para promover una pedagogía transformadora y cercana a la tierra. Todos avanzan cultivando esperanza.

Participantes del Encuentro Nacional de Huertos Escolares en una ceremonia maya. Las ofrendas ofrecen puntos de encuentro para mostrar gratitud hacia la tierra. Foto: Alejandro Caputo

Voluntad y corazón

 

Días después del Encuentro pedí a Loreto Rondizzoni, a quien conocía desde hace tiempo, que me mostrara la escuela donde trabaja. Sabía que el éxito del huerto escolar que cultiva con ‘sus niños’ era un referente en San Cristóbal de Las Casas. Loreto tiene una sonrisa amplia y una cara radiante. Mientras nos presentaba a mí y otros compañeros el espacio donde siembra con los alumnos, dejaba ver en su voz el entusiasmo que la caracteriza. Desde hace casi tres años ella trabaja de manera extracurricular y completamente voluntaria con los niños y niñas de quinto y sexto de la primaria pública Paulo Freire. Crían lombrices, observan abejas e insectos, seleccionan semillas y cosechan lo que siembran.

 

El huerto es lo primero que se ve al llegar a la escuela; algunas flores de lechuga y otras hierbas se asoman por la barda blanca y hojas de acelga se ensanchan en las camas de cultivo, su borde de botellas verdes brilla bajo el sol. Loreto nos dice que el huerto está ‘vacío’, pues esperan la siguiente temporada de siembra, pero todo se ve lleno de vida. En este pequeño espacio de poco más de 50m2, los niños y niñas de la primaria siembran y aprenden en un espacio que invita al juego y al asombro. Loreto nos cuenta que una de las mayores emociones que encuentran sus estudiantes en el huerto es cosechar y luego cocinar aquello que cultivaron. Una vez al mes hacen un desayuno, que es producto de su esfuerzo y aprendizaje. Niños y niñas participan de misma manera en todas las actividades, incluidas las tareas de cocina —algo que, aunque parezca mínimo, a veces representa un cambio de paradigma en sus hogares.

Loreto y estudiantes de la primaria Paulo Freire cocinan el desayuno con productos del huerto. Foto: Loreto Rondizzoni

La primaria Paulo Freire tuvo un intento previo de implementar huertos escolares. Años atrás, la escuela fue beneficiaria de un fondo de la organización internacional Save The Children con el fin de reducir la malnutrición y la inseguridad alimentaria entre los 115 estudiantes, provenientes de familias tzotziles, tzeltales y mestizas. Desgraciadamente, nos comentó su director, cuando dejó de llegar el dinero desapareció el huerto. El segundo intento llegó con Loreto. En su propia historia, en la esencia de su trabajo y la entrega hacia éste, pude ver reflejado el espíritu de muchos miembros de la Red; amor por la vida en el huerto, consciencia del poder de la alimentación sana y cercana, y una voluntad férrea y corazonada por transmitir esta pasión a los niños. Hoy cuento su historia sabiendo que puede ser también la de otros.

 

Loreto buscaba una oportunidad para sembrar de nuevo y compartir con los niños el asombro por las plantas -una nostalgia que se trajo desde Chile al mudarse. Al conocer el trabajo que hacía Laboratorios para la Vida (LabVida) en El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), tomó la determinación de que ese era su espacio de oportunidad. Aplicó al diplomado de LabVida en tres ocasiones, siendo rechazada en dos de ellas por no cumplir los requisitos. El diplomado estaba dirigido a docentes que tuvieran un sitio de trabajo y el permiso explícito del director o directora para implementar un huerto. Loreto no tenía ninguna de ellas, solo una voluntad inmensa. Finalmente, tras tocar la puerta en muchas escuelas logró hacer un vínculo con la escuela Paulo Freire y entró, en su tercer intento, al diplomado. Desde entonces, y por casi tres años, Loreto ha aplicado su conocimiento con talento y entusiasmo. Entre otras cosas, ha recaudado recursos del Fondo de Acción Solidaria, A.C. para mejorar la infraestructura del espacio, y enseñando fundamentos de nutrición con el uso de bitácoras y ejercicios reflexivos – lo cual le ha ganado la mención de la primaria en un manual de Buenas Prácticas escolares para el control y la reducción del sobrepeso de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Encuentro Regional de la Red Chiapaneca de Huertos Educativos en la escuela primaria ONU, Teopisca, Chiapas. Foto: Equipo de LabVida

El diplomado en sí mismo fue el inicio de una comunidad de aprendizaje. LabVida nació en 2012 en ECOSUR y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) en Chiapas. Sus fundadores, Helda Morales, Ronald Nigh y Bruce Ferguson, investigadores de dichas instituciones, llevaban varios años trabajando con familias campesinas en prácticas y principios de producción agroecológica. El distanciamiento entre el campo y ciudad les resultaba preocupante, ya que a pesar de tener alimentos sanos y cercanos (aludiendo al cultivo local y libre de agroquímicos) muchas familias seguían consumiendo alimentos industrializados, importados de Estados Unidos y de baja calidad nutricional. Trabajar con las generaciones más jóvenes presentaba una oportunidad de cambio. A su vez, si la educación era un camino de esperanza para mejores sistemas alimentarios, el trabajo con maestros y maestras se mostraba como un medio multiplicador; en sus manos estaba el proceso de aprendizaje de cientos de niños.

 

Helda y otros investigadores comenzaron a documentar iniciativas exitosas de huertos educativos a lo largo de Latinoamérica. Después, con el interés de vincularlas, formaron la Red Internacional de Huertos Escolares (RIHE) que actualmente cuenta con más de 300 miembros de diez países latinoamericanos, así como de España y de Estados Unidos. Otro fruto de esta investigación fue la materialización de LabVida, que durante cuatro años ofreció a docentes del Estado, de nivel primaria al universitario, un espacio de formación donde, a través del huerto escolar, integraran temas de salud y alimentación, agroecología y ciencia en el currículo escolar.

 

LabVida se convirtió en una comunidad para docentes y facilitadores. Esto se dio en gran medida gracias a su enfoque pedagógico. Haciendo uso de herramientas de aprendizaje que parten de la escucha, la experiencia personal y la participación, el diplomado ofreció otra forma de construir el conocimiento y de entender la relación educador-alumno.

 

Del Diplomado de Alimentación, Comunidad y Aprendizaje egresaron 120 docentes chiapanecos. En sus escuelas, los huertos educativos se han mantenido gracias a su entusiasmo y compromiso. La mayoría se enfrenta con indiferencia y falta de apoyo de directores y colegas, la negación de espacio, la transferencia a otras escuelas (debido al sistema de rotación interna de la CNTE) o la falta de pago, como en el caso de Loreto. Al salir del diplomado, los docentes también buscaban nuevas formas de integrar materias y conocimiento a través del huerto. Los eventos de la RIHE les ayudaban a recobrar ánimos y mejorar sus métodos de enseñanza, pero estos eran anuales y respondían al contexto del sitio de encuentro. Fue así como, con una perspectiva regional y comunitaria, los egresados de LabVida crearon la Red Chiapaneca de Huertos Educativos. Desde 2014 realizan encuentros mensuales donde comparten métodos de enseñanza y siembra, soluciones creativas, semillas, materiales de aprendizaje, y ánimo. Esta es una estrategia que usa también la Red de Huertos Escolares y Comunitarios en Veracruz, que encuentra en la complicidad de sus integrantes y la colaboración con la comunidad, fuerza para seguir creciendo.

En los huertos educativos, los niños aprenden de manera lúdica de nutrición, cultura, ciencia y cuidado ambiental. Foto: Vanessa Morales, equipo de LabVida

Loreto me cuenta que el huerto es un éxito porque los niños lo consideran suyo. Es también un espacio donde se sienten cómodos y contentos porque pueden romper con la estructura rígida del salón. Escuchando la experiencia de otros docentes de la Red Chiapaneca entendí la importancia de que Helda y los miembros de LabVida vieran en el diplomado una comunidad de aprendizaje. Aplicando herramientas participativas y una pedagogía crítica, los docentes no sólo dieron lugar a los saberes de sus colegas. Esta misma horizontalidad en la que fortalecieron sus lazos, es la que llevaron a sus escuelas; regresaron a aprender al lado de los alumnos.

 

Educación crítica y horizontal

 

No me sorprendió cuando Hugo Sánchez, maestro rural y Coordinador General de la Red Chiapaneca de Huertos Educativos, me compartió que los alumnos se sienten libres cuando están en el huerto. La emoción de los alumnos se alimenta de la posibilidad de juego, pero también de la oportunidad que brindan los huertos para romper la estructura vertical del salón. Con un trato respetuoso y técnicas de enseñanzas incluyentes, Hugo alimenta en los alumnos un sentido de responsabilidad y respeto, así como el desarrollo de un espíritu inquisitivo y curioso.

 

Este es un elemento que resalta en el trabajo de quienes pertenecen a la Red y que nos anima a replantear los caminos y formas de la enseñanza. ¿Cómo podemos ofrecer a los alumnos mayor libertad en el aprendizaje? El modelo educativo que prevalece en escuelas públicas y privadas de México suele apuntar a la transmisión de conocimientos, más que al desarrollo de capacidades y la construcción de alternativas.

 

Después del encuentro de la Red Mexicana, y de la visita que hice a Hugo y sus alumnos en la primaria Organización de las Naciones Unidas (ONU) de Teopisca, pude entender el potencial que tienen los huertos educativos de desencadenar nuevas formas de educar y aprender, si usamos el enfoque adecuado.

Descubriendo las estructuras reproductivas de las plantas. El aprendizaje vivencial también permite a los niños profundizar conocimientos de ciencias biológicas. Foto: Equipo de LabVida

Los huertos educativos promueven el uso de aulas al aire libre y el aprendizaje horizontal. Los maestros se acuclillan al lado de sus alumnos para poner las manos en la tierra; observan la vida bajo y sobre el suelo y encuentran formas lúdicas de integrar los conocimientos en clase. Hugo les ha pedido que calculen en las camas de cultivo la densidad de tomates por metro cuadrado, que midan los cuartos y los octavos de un semillero, que coloquen adverbios a sus tiempos de riego y otorguen adjetivos a la cosecha, que escriban cuentos. A su parecer, el primer impulso para que los alumnos generen interés en leer y escribir, debe apelar a su realidad y situaciones familiares. Me puso de ejemplo el absurdo de asignar lecturas como “El fantasma de Canterville” a niños de una comunidad indígena que no tienen la menor relación con la sociedad inglesa del siglo XIX. Hugo les hace escribir sobre situaciones y paisajes familiares como la milpa, realizar entrevistas a vecinos y recuperar los conocimientos de sus padres y abuelos.

 

El día que visité a Hugo y a sus estudiantes, estaban diseñando mejoras para los anuncios de locales vecinos —como el clásico ‘Se asen talachas’. Hugo los invitó no solo a corregir las faltas de ortografía sino a identificar los elementos de un buen anuncio. Cuando miré el libro de texto, abierto sobre el pupitre de una alumna, noté que Hugo seguía en efecto el programa. Sin embargo, la tarea de identificar los componentes de un anuncio hacía uso de una glamorosa foto de Lancôme. Así que, en lugar de usar este material, el profesor salió a tomar fotos en la calle y se las entregó a sus estudiantes para realizar la tarea. En esta iniciativa no solo aprecié el compromiso con la realidad de su comunidad y el ánimo de generar contenido adecuado, Hugo también muestra voluntad de responder creativamente y seguir aprendiendo. Poco después me comentó que de forma independiente y financiándose de su propio bolsillo, compensa los recursos y la formación que la Secretaría de Educación no le facilita. Además de participar en el diplomado de LabVida, Hugo se forma en programas de desarrollo personal que le han permitido entender y escuchar mejor a sus estudiantes, preguntarles cómo está todo en casa y animarlos a compartir sus sueños. Poco antes de despedirme en la puerta de la escuela me recuerda que “desde las emociones se aprende”.

Niños chiapanecos cosechan chícharo: un alimento rico en proteínas y que aumenta la disponibilidad de nitrógeno en el suelo. Foto: Loreto Rondizzoni

Revalorar a la tierra y quienes la trabajan

 

Los miembros de la Red y la comunidad de aprendizaje de LabVida tienen un compromiso con una educación transformadora, un esfuerzo que evoca a la pedagogía de la liberación de Paulo Freire. El huerto educativo es un punto de encuentro para quienes desean construir desde la colaboración y el respeto al ‘otro’: la tierra y los seres humanos. Esta humildad hacia el conocimiento propio les permite acercarse a otros profesores y promover métodos participativos entre los alumnos. Los estudiantes aprenden entre sí y, como muchos vienen de familias campesinas, enseñan incluso al maestro. Se distribuyen las tareas del huerto, realizan monitoreos, calendarizan sus riegos, y se dan cuenta de que todos tienen algo que aprender del otro. Los docentes fomentan este ambiente, lo cual da a la Red su componente profundamente humano y transformador.

 

Varios docentes me comentaron que en el huerto los alumnos se acercan más a ellos. En ese espacio es más fácil que los alumnos compartan sus sueños, las dificultades que viven e incluso la violencia que experimentan en casa. En este sentido, el huerto se convierte también en un refugio emocional, un espacio para cultivar la confianza y las relaciones. Se sienten libres también porque están en un espacio donde juegan, aprenden haciendo y son semejantes.

Jóvenes zinacantecas en un encuentro de la Red Chiapaneca de Huertos Educativos. Foto: Alejandro Caputo, equipo de LabVida

De acuerdo con varios miembros de la Red, el apoyo de padres y madres de familia es fundamental para la creación los huertos. Además de dar su respaldo al maestro, muchos de ellos contribuyen con conocimiento, trabajo o materiales. Su participación fortalece en muchas ocasiones lazos generacionales y revive el conocimiento agrícola de las familias. También hay, sin embargo, quienes reprochan a los maestros que sus hijos estén trabajando nuevamente con la tierra. Como resultado de la marginación y el pago insuficiente de productos agrícolas, muchas familias han cargado el oficio campesino como un estigma indeseable. La discriminación que viven es profunda. Es así como mandan a sus hijos a la escuela con la esperanza de que ‘sean alguien’. “¡Si ya son!”, dice el profesor Hugo.

 

Y es que en muchos rincones de este país se aplica un modelo educativo que requiere de sujetos estériles: para empezar a edificar el conocimiento se impone una tabula rasa que ignora quiénes somos, qué nos ha construido y hacia dónde queremos caminar. Además de resignificar lo que es señalado como ignorante y ligado a la pobreza, los maestros de la Red hacen un esfuerzo por promover otra forma de aprender. Ven el potencial de educar desde el reconocimiento y la valoración. Es por ello que el trabajo de estos maestros, y el espíritu de la Red, es poderoso. ¿Qué cambios se darían con la eliminación de discriminación en el aula? ¿Cómo sería a futuro la relación de esos niños con su lengua, su tierra y sus costumbres? ¿Cuáles serían los caminos de su aprendizaje?

Los platos del ‘buen comer’ también son aquellos que promueven el consumo de alimentos sanos y cercanos. Foto: Loreto Rondizzoni

Sembrar salud: trabajando para la tierra y nuestros cuerpos

 

La emoción de ver sus alimentos crecer hace que niños y niñas le den una nueva dimensión a lo que estará después en sus platos; saben el trabajo que implicó, entendieron los ritmos del crecimiento vegetal desde la germinación hasta el fruto de la cosecha. De un momento a otro, casi sin saberlo, les gusta comer acelgas. Esta fue la sorpresa de una madre que, durante el Encuentro, nos compartió que un día su hijo llegó a la casa con ganas de cenar rábanos: llegó eufórico de la escuela y le entregó su primera cosecha como si se tratara de un tesoro. En el huerto (esos laboratorios para la vida) los niños miran impacientes la maduración de los jitomatitos, se emocionan ante el indicador que dan las plantas al florecer (han entendido un fundamento biológico que anuncia frutos), comparten el momento de sentarse a la mesa como un logro y celebran el esfuerzo compartido.

 

Los niños y niñas empiezan a ver el valor que tiene su comida al acercarse al huerto. Aprenden que es la diversidad la que les nutre y mantiene sana a la tierra. Reconocen en esta diversidad a una gran cantidad de actores: insectos, lombrices, polinizadores, malezas y quelites, sabiendo que todos tienen un papel en los sistemas vivos. Incluso hay quienes empiezan a preguntar si aquel insecto en la planta es bueno o malo. En lugar de clasificar a todos los insectos como plagas, los estudiantes aprenden a ver balances. Se preguntan qué función cumple cada ser vivo en ese sistema y poco a poco vinculan la diversidad que los mantiene sanos a ellos, con la que se desarrolla en las parcelas.  Esta contribución de los huertos educativos al entendimiento agroecológico es una semilla de consciencia que, quizá en un futuro, abone a una revolución alimentaria.

La observación de insectos polinizadores permite a los niños aprender las interacciones que hay alrededor de los cultivos. Foto: Vanessa Morales, equipo de LabVida

El futuro de una comunidad en crecimiento

 

La Red Internacional y la Red Mexicana nacen en el mismo punto geográfico con nueve años de diferencia. La primera surge de un impulso académico, encontrando su inspiración en un sinnúmero de experiencias hermanas y su permanencia en la colaboración entregada de cientos de personas. La segunda es un reflejo de experiencias nacionales que quieren seguir creciendo y vinculándose. Así como todas las iniciativas que la construyen, la Red Mexicana de Huertos Educativos es una estructura autónoma, independiente y colaborativa que se sostiene de poderosas convicciones y un gran ánimo de compartir con los demás. A muchas voces, los miembros de la Red reafirman que mantenerse en contacto es lo que les da fuerza para seguir trabajando, les hace sentir acompañados el saber que hay muchas cabezas pensando en la misma dirección.

 

No hay una sola historia. Quienes conocí en el Encuentro Nacional de Huertos Escolares me permitieron ver que el espíritu y la fuerza de la Red se encuentran en su diversidad y su capacidad de transformarse de acuerdo a las necesidades. En la conexión de sus luchas pude ver que, gracias a su trabajo intencionado, su respeto por la vida y su voluntad por tender puentes, son estas personas las que, con enorme corazón y ojos de niño, representan un medio multiplicador para transformar la realidad.


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Clara Migoya estudia Periodismo de Ciencia y Medio Ambiente en la Universidad de Arizona. Ha trabajado en proyectos de evaluación de agricultura sustentable, metodología participativa e historia ambiental. Le apasionan la comida, los podcasts y las conexiones humanas.